domingo, 3 de febrero de 2013

La felicidad nunca faltó.

Pasó mucho tiempo después de decidir si volver a escribir o no, de si volvería a escribir sobre él o simplemente hablaría mal de la vida una vez más. Pero no, simplemente pensaba que poner y que  omitir, pero de esto se trata ¿No? Escribir sin limitaciones, escribir porque simplemente necesitas desahogarte y hoy, quiero desahogar esos errores que cometí pero que vivo con ellos sin remordimiento alguno.
Primero quiero hablar del final que tuvo mi dos mil doce.
El final tuvo riesgos, tuvo encuentros, tuvo lagrimas y tuvo nostalgia, pero nunca faltó la felicidad. Me arriesgué y tuve lo que quería, me encontré con personas que no esperaba ver más nunca, lloré por cosas que se suponía que no lloraría más, tuve nostalgia hacia mi abuelo, hacia mi hermano y hacia esas personas que me dejaron a mitad de camino, pero la felicidad nunca faltó.
En segundo lugar hablaré de mi dos mil trece.
Comenzó diferente, bizarro, tuvo más lagrimas, tuvo peleas, tuvo errores, tuvo abandonos, tuvo nostalgia, tuvo recuerdos, tuvo fiestas, tuvo besos, pero nunca faltó la felicidad.
Abandoné lo que conseguí por el simple hecho de que no lo quería más. Lagrimas con sabor a nostalgia y con un toque de recuerdos dulces llegaron a apoderarse de mi. Y besos, esos besos con sabor a alcohol que no fueron los más nítidos ni los mejores con un toque de emoción y con fecha titulo mayor. Aquellas peleas que te van rompiendo poco a poco pero vas fingiendo con una sonrisa y que por dentro quieres en realidad, matar a esa persona. Pero nunca faltó la felicidad, la unión de una familia, la fortaleza de una amistad, la grandeza de poder vivir tu vida y ese momento en que respiras profundamente, aguantas el aire y lo expulsas con lentitud, para que ningún segundo sea malgastado en vano.